Expat o migrante

¿Expat o emigrante? Por qué las palabras importan

¿Y tú qué eres? ¿Expat o emigrante?
Es una pregunta que parece inocente, incluso casual. Pero detrás de esas dos palabras hay todo un mundo de jerarquías, percepciones y desigualdades. No es lo mismo ser una italiana que se muda a la Ciudad de México para trabajar en marketing digital, que ser una hondureña que cruza a Tapachula buscando seguridad, o un español que se va a Noruega a buscar trabajo «de lo que salga,» porque en España ya no puede mantener a su familia. Y no solo por las circunstancias materiales, sino por cómo las nombramos. Y no solo por las circunstancias materiales, sino por cómo las nombramos. Y también… por el tiempo.

Expat o migrante

La palabra “expat”: privilegio encubierto (y temporalidad «elegida»)

“Expat” es una abreviatura de expatriate, y en teoría, describe a cualquier persona que vive fuera de su país de origen. Pero en la práctica, no se usa de forma neutral.
¿Has notado que rara vez se llama “expat” a alguien que viene del sur global?
Un canadiense viviendo en Oaxaca es un expat.
Un guatemalteco viviendo en Monterrey es un migrante.
¿Por qué? Porque “expat” se ha convertido en sinónimo de privilegio, movilidad voluntaria, estatus profesional, y muchas veces, piel blanca.

Además, ser expat se percibe como algo temporal. “Estoy aquí por un proyecto”. “Solo por un año”. “Hasta que me asciendan o me transfieran”. Hay una idea de tránsito cómodo, sin la necesidad (ni la urgencia) de integrarse del todo.

“Emigrante”: permanencia, integración y esfuerzo

En cambio, “emigrante” o “migrante” evoca otra lógica: la de quedarse, echar raíces, integrarse. Supone trabajar, adaptarse al idioma, al sistema, a la cultura. Supone, muchas veces, renunciar a volver.
Y aunque estas palabras pueden usarse con orgullo —“soy migrante, y lo digo fuerte”— también cargan con connotaciones de necesidad, sacrificio o exclusión.

Las palabras crean realidades

significado de las palabras

Nombrarse “expat” puede invisibilizar desigualdades estructurales. Nombrarse “migrante” puede ser un acto de resistencia. Lo importante no es imponer un término correcto, sino hacer conciencia del lugar desde el que hablamos y desde el que somos vist@s.
Porque no todas las migraciones son iguales. No todas son valoradas por igual. Y no todas reciben la misma bienvenida.

Pero… ¿y si todo cambia?

Pero aquí va el giro importante: lo que hoy llamamos “expat” puede mañana convertirse en “migrante”… y viceversa.

Muchos expats llegan con la idea de quedarse seis meses, y diez años después están nacionalizados, criando hijos y votando en elecciones locales.
Y también hay migrantes que, tras años de lucha, un día hacen las maletas y se van a otro país —esta vez, con pasaporte europeo, con papeles, con más certezas.
Las etiquetas no siempre se ajustan a nuestras vidas. A veces nuestras vidas se encargan de desbordarlas.

¿Y tú? ¿Cómo te nombras, expat o emigrante?

Si estás leyendo esto desde otro país, o si tu vida se ha movido entre territorios, quizá esta es una buena pregunta para hoy:
¿Te sientes más cerca de la palabra “expat” o de la de “emigrante”? ¿Y qué dice eso de tu historia, tu clase social, tu pasaporte, tu experiencia?

Este blog no es sobre encajar etiquetas, sino sobre cuestionarlas. Porque las palabras importan.
Y porque solo cuando nos nombramos con honestidad, empezamos a encontrar sentido. Si te sientes abrumad@ en tu situación de expat o emigrante, ponte en contacto conmigo o pide información sobre mi taller para expatriados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_ES