Merecimiento

¿Merezco esto? Reflexiones sobre el merecimiento en tiempos de autoexigencia

Hay una pregunta que ronda muchas cabezas (aunque no siempre se verbaliza): «¿Realmente merezco esto?»

El tema del merecimiento es una de esas trampas mentales que puede sabotear nuestros logros, relaciones y hasta nuestros sueños. Porque no importa cuánto te esfuerces o lo que consigas: si en el fondo no crees que lo mereces, algo dentro de ti lo va a boicotear.

¿Qué es el merecimiento?

No es un premio. No se gana. El merecimiento es una creencia —una sensación interna de que tenemos derecho a recibir amor, bienestar, éxito, placer o descanso, simplemente por existir. No se trata de arrogancia, sino de dignidad.

Porque muchas veces aprendimos lo contrario:

  • Que hay que ganarse todo con esfuerzo, sudor y un poco de sufrimiento.
  • Que el descanso es para «los flojos».
  • Que lo bueno solo llega después de que te lo has currado al máximo.
  • Que si algo llega fácil, es sospechoso.

Y eso deja huella. Sobre todo si creciste rodeada de discursos de escasez, culpa o sacrificio como medallas de honor. Entonces, cuando te llega algo bueno, tu mente empieza a dudar. ¿Será que estoy engañando a alguien? ¿Será que esto es demasiado para mí? ¿Y si me lo quitan?

¿Cómo nos afecta?

  • Nos saboteamos: decimos que sí a relaciones, trabajos o dinámicas que no nos nutren.
  • Nos cuesta poner límites: porque creemos que no hemos hecho lo suficiente para exigir algo diferente.
  • Postergamos decisiones importantes: como si primero tuviéramos que «arreglarnos» para merecer ese nuevo capítulo.
  • Nos sobrecargamos: como si tuviéramos que justificar constantemente nuestro lugar en el mundo.

¿Y cómo se sale de ahí?

Primero, entendiendo que no tienes que hacer nada extraordinario para merecer lo bueno. Ya lo mereces. Punto.

Luego, con práctica. Aquí van algunas ideas:

🔸 Observa tu diálogo interno: ¿Te hablas con cariño o con exigencia constante? ¿Te das permiso para disfrutar?

🔸 Haz espacio para el placer sin culpa: un café tranquilo, una siesta, una conversación que te nutra. No como premio, sino como derecho.

🔸 Atrévete a recibir sin justificar: un cumplido, una oportunidad, una ayuda. Solo di “gracias”.

🔸 Rodéate de gente que no te haga sentir que tienes que demostrar tu valor cada cinco minutos. Lo mereces, sin currículum de por medio.


Mi historia con el merecimiento

Durante años, cada vez que me rechazaban de un trabajo o reprobaba un examen (¡aunque hubiera estudiado como loca!), me castigaba. No literalmente, claro, pero me imponía pequeños castigos autoimpuestos: no salía con amigas, me prohibía ver ese estreno de cine que moría por ver, me encerraba a aplicar a más vacantes o estudiar aún más. Como si así pudiera «redimirme» por no haber sido suficiente.

Ese ciclo no solo era agotador, sino profundamente cruel. Y reflejaba algo más profundo: lo poco que me quería a mí misma en esos momentos.

Hoy hago lo contrario. Cuando algo no sale como esperaba, en vez de castigarme, me premio. No desde el «ay, pobrecita», sino desde un lugar de autocompasión. Pienso: «Hiciste lo que pudiste. Te esforzaste. No salió. Pero mereces algo bueno que te recuerde que vales igual.» Y ¿sabes qué? Funciona. Me ayuda a recargarme, a seguir, a no perderme a mí misma en el camino.


El trabajo del merecimiento no es mágico ni rápido. Pero te cambia la vida. Porque cuando te sabes merecedora, ya no aceptas migajas. Ni en el amor, ni en el trabajo, ni de ti misma.

Y eso, créeme, es liberador.


¿Te identificaste? ¿Te cuesta sentir que mereces lo que deseas? Hablemos.
👉 Escríbeme o agenda una sesión. A veces, lo único que necesitas es que alguien te lo recuerde: tú ya mereces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *