Hace poco viví una experiencia curiosa que me dejó reflexionando sobre las relaciones, los conflictos y las creencias Hollywoodienses que arrastramos sobre cómo «deberían» ser las cosas. Todo comenzó cuando una amiga me invitó a participar como voluntaria en una sesión de prácticas de bioneuroemoción (sí, yo tampoco sabía qué era eso hasta ahora). Nunca había hecho algo así, pero la curiosidad me ganó. Lo que no esperaba era salir de ahí sintiéndome encabronada y juzgada porque al parecer, no tengo una relación sana porque no peleo. Really?

La sesión: entre conflictos y condescendencias
El aprendiz de terapeuta que me atendió me pidió que hablara de un conflicto relacional que estuviera enfrentando. Pensé en una amiga y le conté lo que me venía a la mente. Sin embargo, al no encontrar una conexión clara con mi infancia (aunque yo sí veía algo de relación), me pidió que hablara de mi pareja. Aquí empezó el show.
Le expliqué que llevo más de un año con mi pareja, que no hemos tenido conflictos significativos y que nuestra relación, aunque no convencional, nos hace felices. Vivimos en casas separadas por decisión propia, nos vemos los fines de semana y no tenemos planes de tener hijos. Para nosotros, esto funciona. Pero para el aprendiz, esto era un escándalo, una señal de que algo estaba «mal». Según él, el hecho de no vivir juntos ni querer hijos era una señal de que nuestra relación estaba rota, llena de traumas infantiles y, básicamente, condenada al fracaso. Y para rematar, me soltó una frase que, según él, decía algún psicólogo famoso: «Una relación sin conflictos es una relación muerta».
¿Perdón? ¿Qué clase de lógica es esa? ¿Que si no nos estamos tirando los platos a la cabeza, nuestra relación está en coma? ¿Por qué una relación que no sigue el guion tradicional tiene que estar mal? ¿Por qué asumir que el conflicto es un indicador de vitalidad?
Obviamente, soy consciente de que el conflicto, manejado bien, puede fortalecer una relación, y que evitar el conflicto (en lugar de abordarlo de frente) suele ser receta de fracaso. Porque seamos sinceros, lo que se queda adentro, acaba explotando. Pero ojo, de ahí a decir que sin conflicto nos vamos al hoyo, son cosas bien distintas…
Salí de ahí con ganas de googlear quién demonios decía esas cosas, y lo que encontré fue un buffet libre de opiniones. Algunas interesantes, otras para enmarcar, y otras que me hicieron rodar los ojos tan fuerte que casi me los saco.
¿Qué dicen los expertos sobre el conflicto en las relaciones?
Resulta que hay dos bandos en esta guerra de ideas: los que creen que el conflicto es inevitable y hasta necesario, y los que piensan que el drama es opcional (spoiler: estoy con estos últimos). Aquí te dejo un resumen para que elijas tu propia aventura:
Team «El conflicto es inevitable»
- John Gottman, gurú de las relaciones, dice que los conflictos son como los impuestos: inevitables. Lo importante no es evitarlos, sino aprender a gestionarlos. Según él, las parejas sanas no son las que no discuten, sino las que saben arreglar el desastre después. Con éste estoy de acuerdo.
- Esther Perel, terapeuta de pareja, tiene una frase que suena muy poética: «Los conflictos son el crecimiento intentando suceder». Básicamente, que el drama es como el abono para que la relación florezca. Bonito, pero no sé si quiero oler a estiércol emocional.
- Virginia Satir, pionera en terapia familiar, veía el conflicto como una oportunidad para evolucionar. O sea, que si no estás discutiendo, te estás perdiendo el tren del crecimiento personal. Gracias, pero paso.
- Incluso Carl Jung, que no hablaba específicamente de parejas, decía: «No hay despertar de la conciencia sin dolor». Muy profundo, pero ¿y si prefiero dormir un ratito más? O sea, cuando llegue el problema, dolerá y lo solucionaré, pero ¿de veras tengo que crearlo para hacerme más consciente?
Team «El drama es opcional»
- Budismo y filosofías zen: Aquí te dicen que el conflicto es cosa del ego, del apego y de querer controlar todo. Si practicas la atención plena y el desapego, los conflictos se disuelven antes de nacer. Thich Nhat Hanh, por ejemplo, decía que el verdadero amor no hace sufrir. Y yo aquí aplaudiendo.
- Marshall Rosenberg, creador de la Comunicación No Violenta, plantea que lo que llamamos «conflicto» es solo una forma torpe de expresar necesidades no atendidas. O sea, que si aprendes a hablar sin culpar y a escuchar sin juzgar, el drama se va de vacaciones.
- Carl Rogers, desde su perspectiva humanista, dice que si hay aceptación incondicional, empatía y autenticidad, las diferencias no se convierten en conflictos, sino en conversaciones. ¿No suena esto mucho más civilizado?
- Autores como Eckhart Tolle o Byron Katie van más allá y dicen que cuando estás en paz contigo mismo, las relaciones dejan de ser un campo de batalla. Lo que llamamos «problema» muchas veces es una proyección de nuestra propia historia. Boom. Mind blown.
Mi conclusión: el drama es caro, innecesario y no pienso pagarlo
Después de esta experiencia, me quedo con una reflexión: no hay una única forma de vivir una relación. Tradicionalmente, vivir juntos era la norma. Mejor dicho, antes si no te casabas por algún rito religioso, ni siquiera podías vivir con tu pareja. Ahora, gracias a dios (paradójicamente), podemos vivir juntos sin casarnos, pero eso no significa que tengamos que hacerlo. En mi caso, mi pareja y yo vivimos en casas separadas, nos hablamos todos los días, nos reímos juntos y pasamos tiempo de calidad cuando estamos juntos. ¿Cuántas parejas viven juntas y ni se miran? Exacto.
Por otro lado, está el tema del conflicto. Creo que estamos tan acostumbrados al bombardeo de drama que nos venden en películas, canciones y novelas, que hemos llegado a asociar el amor con conflictos; parece que si no hay gritos, celos y posesión, no hay amor. Pero no tiene que ser así. Además, si seguimos la lógica de «una relación sin conflictos es una relación muerta», ¿qué hacemos? ¿Generamos conflictos para que siga viva? ¿Y cuando resolvemos uno, nos inventamos otro? ¿Así hasta el infinito? No, gracias.
Las relaciones conflictivas del pasado me enseñaron a conocerme mejor, a saber lo que quiero y lo que no, y a dejarlo claro desde el principio. Ahora, cuando algo no me gusta, lo hablo antes de que se convierta en un incendio. Porque sí, el drama de Hollywood engancha, pero tiene un precio, y yo prefiero invertir mi energía en construir algo bonito, no en alimentar peleas innecesarias.
Al final, cada pareja es un mundo. Lo importante es encontrar lo que funciona para ti, sin importar lo que digan los demás. Y si eso significa vivir en casas separadas, no tener hijos y no discutir, pues que así sea. Nuestra relación no está «muerta». Está viva, feliz y libre de drama. Y eso, para mí, es lo que cuenta.
¿Qué piensas tú? ¿Prefieres el subidón del drama o la paz mental y una cuenta bancaria saludable? Si tienes dudas, te apoyo con mis sesiones de coaching, que tampoco son tan caras 😉

